Principios para una investigación proyectual[1] relativa al tema.
Creí que este año podría hacer un curso sobre biopolítica. Trataré de
mostrarles que todos los problemas que intento identificar actualmente tienen
como núcleo central, por supuesto, ese algo que llamamos población. Por
consiguiente, será a partir de allí que pueda formarse algo semejante a una
biopolítica. Pero me parece que el análisis de la biopolítica sólo puede
hacerse cuando se ha comprendido el régimen general de esa razón gubernamental
de la que les hablo, ese régimen general que podemos llamar cuestión de la
verdad.[2]
A este respecto es importante evocar el camino traumático que sin dudas significó, para la sociedades europeas en general, y el corpus disciplinar de la arquitectura en particular, el emergente de una sociedad ligada a la naciente revolución industrial a fines del siglo XVIII, momento del surgimiento de una técnica moderna que pone a disposición de esta revolución de carácter ingenieril, a las energías ocultas en la tierra y, muy especialmente, al desarrollo del discurso de un capitalismo anclado en las incipientes urbes metropolitanas.
Este capitalismo eminentemente metropolitano y progresivamente tecnológico dispone al sujeto, ya no como ser de derechos soberanos, sino como una entidad económica con arreglo a requerimientos de plusvalía sobre su condición de existencia en la sociedad o, como proponen los economistas del liberalismo norteamericano del post-new deal, un sujeto en tanto capital humano establecido por lógicas de competitividad, idea hoy convertida en alarmante praxis debido al desarrollo de un Nuevo Régimen Técnico con sus sistemas de poder sobre las poblaciones mediante plataformas cibernéticas interrelacionadas.
Estas plataformas personificadas por interfaces complejas de experiencias de usuario parecen amoldarse a cada sujeto en su individualidad consumista pero, en realidad, sospechamos, no hacen más que formalizarse en tanto hormas de un sujeto económico, tal cual denominó Michael Foucault a un ser humano abstracto amoldable a un mercado, a una economía, a una lógica de las distribución, a una racionalización, como dijimos, ingenieril, del espacio y el tiempo, por sobre unas razones quizás arcaicas y originarias, que tenían en la arquitectura y la idea de ciudad sus antiguas sedes.
Arcaicos han resultado también todo código que obstruya los flujos financieros desterritorializados, lo mismo que la cultura del texto humano. En todo caso priman los códigos del Nuevo Régimen Técnico sobre los textos de la poiesis, así como priman las estrategias de marketing sobre el verdadero quehacer de las formas, las materialidades y las espacialidades humanas, aunque este esquema complejo de las cosas requiere de resistencias, de transformaciones para tornarse habitable y mínimamente aceptable para las poblaciones. En síntesis, el orden biopolítico que promueve al sujeto económico está generando sus propias dificultades. Esto, claro, no sería el problema si no fuera que en ese proceso auto destructivo pone en peligro a las poblaciones.
En este sentido, Latinoamérica se encuentran en un proceso caracterizado por una acelerada exclusión de las poblaciones respecto del acceso a la arquitectura, el progresivo desplazamiento de estas respecto del hábitat público, postergado este respecto de la inversión de carácter estatal, únicas entidades capaces de promoverla ya que los privados son, por definición, privados con relación a dicha capacidad, no por falta de fondos, sino porque no les corresponde en el sentido de la economía política, Todo esto representa el caldo de cultivo para una nueva crisis de no mediar un verdadero nuevo proyecto de la arquitectura habitacional, en el marco una nueva racionalidad que proponemos poiética, una biopolítica arquitectónica de emancipación.
Una doble genealogía: Arquitectura y biopolítica.
En el horizonte de ese análisis tenemos, por el contrario, la imagen, la
idea o el tema-programa de una sociedad en la que haya una optimización de los
sistemas de diferencia, en la que se deje el campo libre a los procesos
oscilatorios, en la que se conceda tolerancia a los individuos y las prácticas
minoritarias, en las que haya una acción
no sobre los participantes del juego, sino sobre las reglas del juego, y, para
terminar, en la que haya una intervención que no sea del tipo de la sujeción
interna de los individuos, sino de tipo ambiental.[3]
Según el mito, la arquitectura nace como la organización de unos principios y causas para la construcción significativa de los ámbitos que el pueblo griego destina como ofrendas habitables a los dioses. La arquitectura, en este sentido, es principio y mando - por arkje: principio - de múltiples artes y saberes reunidos en esas construcciones – por tectónica -, en tanto modelo de gobierno soportado por una estructura de fines, conocimientos y, fundamentalmente, verdades constitutivas de un “arte de construir”, al tiempo que de un “arte de conducir” a los grupos humanos técnicos implicados en la edificación.
Ahora bien, si los principios y fines de un gobierno son anteriores o, muy posiblemente simultáneos a la constitución de este, a su constitución, entonces podemos decir que un gobierno es, más bien, el desarrollo proyectual de estos principios, siendo que la puesta en práctica, por demás social de dicho proyecto, es una política, es decir, la edificación colectiva de una gubernamentalidad aplicada, por ejemplo y en general, al establecimiento arquitectónico y cultural máximo de un pueblo, las ciudades, siempre puertos; puntos de llegada y de partida, referencias.
Quien administra, o quienes administran la ciudad, son semejantes a quién gobierna una embarcación, el kybernetes en la filiación de los griegos de la antigüedad, es decir, el piloto o gobernante del barco, quien utiliza su saber hacer, su tejné, de alguna manera su instrucción técnica previa, su pasado como aspirante y practicante que logra mediante dicha instrucción la tenencia de su técnica, para proyectar lo aprendido de manera inevitablemente crítica hacia los entornos marítimos y fluviales, atravesando las dificultades de dichos contextos, hacia el futuro. Solo así, con una técnica, con sus condiciones de mando, éticas y morales, y su capacidad de proyecto puede, el piloto, gobernar la embarcación y llegar a destino.
De esta forma, las embrionarias civilizaciones naciones de la antigüedad proyectan y planifican sus ciudades, se aseguran con las arquitecturas de fortificación, y generan las leyes para el gobierno de los ciudadanos; racionalizando no solo sus significaciones e imaginarios culturales, religiosos y metafísicos, sino también sus materialidades, espacialidades y objetos técnicos, con el fin de establecer, progresivamente, una razón general ordenadora, una Razón de Estado, un gobierno de cualidades arquitectónicas.
Del mismo modo que las razones gubernamentales establecen, en los tiempos pretéritos de las civilizaciones, una soberanía a ser aseguradas sobre los territorios, de forma análoga comienza el desarrollo sobre las tecnologías para el gobierno sobre las poblaciones crecientes de los súbditos, sean los mismos libres o no. Desde esos tiempos, la soberanía sobre las poblaciones pasa a ser un objetivo destacado y reglado por códigos de todo tipo. Esos códigos, además, pasan también a caracterizarse según sus finalidades jurídicas, militares, comerciales, religiosas, pero también respecto de las configuraciones y disposiciones espaciales y materiales.
Efectivamente, una población en tanto agrupación humana requiere de tecnologías arquitectónicas y espaciales para poder habitar un territorio, tecnologías ambientales como las llama Michel Foucault, ya que se constituyen de manera artificial, como entornos tecnificados, cargados semántica y sintácticamente, con el objeto de condensar y delimitar las políticas fundadas por el poder correspondiente. Este es el plano de referencia de una civilización, el plano de referencia donde lindan poder y población, a través de las espacialidades proyectadas para hacer posibles las políticas.
Las
guerras de civilizaciones no son otra cosa que el choque de esos planos de
referencia, los cuales engloban intereses y economías, muchas veces ávidas de
expansión y poder. Es por esto que los encargados de las codificaciones
jurídicas han intentado, desde tiempos inmemoriales, limitar esta avidez de
poder, tanto en gobernantes, como en súbditos. Estos códigos se sofisticaron
hasta el punto de reglar todos los campos y ámbitos de la vida ciudadana de
manera escalonada, teniendo a los seres divinos en el nivel más alto y
mayúsculo de la verdad.
Este orden de las sociedades -europeas-, tuvieron su vigencia amparados en una lógica de carácter cuasi religiosa que aloja, en relativa armonía de tensiones evolutivas, tanto a los sujetos de derecho, como a las tecnologías y a los códigos, visto que esta triada explota en ramificaciones aún hoy imprevistas, con la denominada Revolución Industrial, momento donde cada una de estas tres categorías se expande en su número y complejidad. Así, el sujeto se transforma en masa poblacional trabajadora y urbana, las tecnologías se tornan máquinas cada vez más numerosas, poderosas e interconectadas, y los códigos avanzan en el sentido de su transformación de meros datos a información artificial.
Una nueva economía se desarrolla y los estados buscan limitar el poder potencialmente monopólico de algunos actores, mediante dispositivos legales, tal como en algún momento se buscó limitar el poder de los gobernantes absolutos y despóticos, al tiempo que se reglamentan las configuraciones y construcciones de las primeras ciudades industriales, donde también se disponen viviendas proyectadas para el proletariado industrial, especialmente en Gran Bretaña, con ciudades como Liverpool y Manchester; ciudades que se forman en tanto nodos de producción fabril en función de los flujos migratorios del campo a la ciudad, de las materias primas transformadas en bienes industrializados y de los intercambios mercantiles de todo tipo.
Los migrantes del campo a la ciudad son transformados, educados y normalizados para pasar a ser fracción de la nueva sociedad humana, junto a la cada vez más poderosa clase de la burguesía. inevitablemente ligados, burgueses y proletarios conforman la sociedad de la revolución industrial, la sociedad clasista del capitalismo, la sociedad de la técnica moderna. Es interesante, aunque extraño, que un filósofo crítico que desoculta al poder como Michel Foucault no los diferencie y los unifique sin más en una entidad humana conceptual, super abstracta que denomina Homo aeconomicus o, como lo proponemos interpretar y traducir, sujeto económico, es decir, un ser humano inserto en un marco ambiental progresivamente sometido a los flujos y entramados sociales de la economía moderna.
Es posible que Foucault apueste por una idea más orgánica de lo social y sus prácticas en este período, proponiendo, por lo tanto, un destino probablemente fatal, en conjunto, para todos los sectores y actores sociales involucrados; un designio unificado aunque, contradictoria y paradójicamente diferenciado respecto de las biopolíticas asignadas a las arquitecturas y las espacialidades urbanas, tal como lo demuestra la siempre renovada simultaneidad entre los ámbitos exclusivos de abundancia material para unos pocos y las zonas crecientemente paupérrimas para las mayorías; organización particionada solo atravesada eventualmente por vectores de resistencia o de transgresión culturales. Flujos rebeldes que, sin embargo, terminan, como dice por ejemplo el filósofo Mark Fisher, absorbidos por el capitalismo.
Esta economía de las cabeceras metropolitanas, hoy relativamente desterritorializada y hasta post-urbana sigue, empero, cimentada en las capitales del momento, entornos edificados por sus respectivos patronos mercantiles, ya no el diestro piloto del barco, el kybernetes, sino los capitanes de la política real aplicada, quienes encabezan los intereses y finalidades de la economía capitalista, anteriormente el mero burgués de las ciudades pre-industriales que a través de una acumulación originaria sobre las múltiples determinaciones del plusvalor, hace de las biopolíticas las tecnologías para la soberanía efectiva, tanto del valor más allá del territorio, como sobre el valor del trabajo relativo al migrante del campo a la ciudad.
Las masas migrantes, luego asalariadas, son alojadas en las condiciones impuestas por el poder, según el grado de desarrollo de las diversas naciones. También, claro, están las masas sin trabajo, hoy cada vez más numerosas, que son excluidas hasta de los emplazamientos habitacionales más frugales y mezquinos. Estos sujetos totalmente excluidos son, sin embargo, también sujetos económicos; son parte de un sistema social cuyas prácticas devienen exclusión progresiva, siendo entonces el destino del sujeto económico, justamente, este devenir excluido en un sistema que los aloja y, simultáneamente, lo expulsa, no dejándole alternativa.
El sujeto económico, en aquel entonces originario migrante y hoy potencial marginado aunque alojado en una sociedad de exclusión, se presenta como el verdadero sujeto revolucionario del marco biopolítico ya que su potencial de alteración de las prescripciones actúa por acervo de masa poblacional, por magmas de agitación cultural que buscan prorrumpir las lógicas del intercambio y la competencia del mercado. Se trata de un ciclo que retorna por períodos y pone en crisis a la idea de un sujeto económico como simple capital humano, como individuo solo posible de ser entendido y analizado por la razón liberal de la empresa, como aquel individuo que es empresa de sí mismo. El sujeto económico es también, y fundamentalmente, práctica social, es un colectivo humano empático.
El destino de sobre explotarse a sí mismo o ser un marginado al tiempo que un recluso, es una suerte que parece hoy insoslayable, en especial para los sectores más desamparados de las sociedades metropolitanas de Latinoamérica, ya que es este el contexto que nos ocupa, principalmente, en esta investigación, el contexto de las ciudades latinoamericanas. Quizás, también, porque desde las urbes de estas latitudes es posible, aunque sin duda muy difícil, hacer un aporte más radical al tiempo que esencial dada, justamente, la concreta estrechez, no solo económica y material, sino también de las polémicas, hoy casi ausentes debido, posiblemente, al monopolio oligárquico que domina al proyecto de las arquitecturas en esta región.
Cuando decimos que la polémica está ausente, queremos decir que, en general y salvo importantes, aunque pocas excepciones, los discursos del proyecto se enmarcan solo en una lógica determinada por el mercado y la eficiencia en la generación de plusvalías, por fuera de la cual no parece tener validez de refutación ninguna lógica alternativa que provenga de una arquitectura más primordial. Así, la disciplina se ve maniatada por diversas tecnologías políticas y económicas que la determinan a un sitio mezquino y accesorio cuando, en verdad, la arquitectura es el campo de simultaneidad y complejidad para la reunión de los sujetos y las poblaciones, es la proveedora de sentidos y materialidades para la movilización de quienes habitan, según el concurrir de sus intereses, en objetivos y estrategias culturales comunes. Ese proyecto cultural común, es el que la presente investigación pretende favorecer.
Dr. Mg. Arq. Leandro Tomás Costa
Bibliografía:
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Aureli, P. V.
(2013). Arquitectura y abstracción. Barcelona: Puente editores.
-
Aureli, P. V.
(2019). La posibilidad de una arquitectura absoluta. Barcelona: Puente
editores.
-
Costa, L.T.
(2024). Arquitectura, Revolución Cibernética y Clima. Buenos Aires: Diseño
Editorial (CP67).
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Fisher, M.
(2017). Realismo capitalista. Buenos Aires: Caja negra editora.
-
Foucault, M.
(2022). Nacimiento de la biopolítica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
- - Sarquis, J.
(2003). Itinerarios del Proyecto, tomos I y II.
Buenos Aires: Nobuko.
[1] En el sentido desarrollado por el Dr. Arq. Jorge Sarquis en: Sarquis,
J. (2003). Itinerarios del Proyecto, tomos I y II. Buenos Aires: Nobuko.